Joaquín Orozco llegó a Medellín hace cuarenta y cuatro años. “Vine a pasear y en esas ando”, acota. Hace cuarenta y tres diciembres que es lotero. No se sabe las treinta y tres paradas del machete, pero sabe leer los ojos.
Por Leidy Restrepo.
4366.
A Don Juaco, el de Aguadas, se lo está llevando el putas. Estamos en invierno y no pareciera que va a llover hoy, pero debajo de su sombrilla, conversa con una mujer. Están igual de viejos y cansados los dos: él y la sombrilla.
— ¿Cuánto vale un papelito de esos? Pregunta ella con una inocencia fingida.
— A siete, estos de acá están a cinco y juegan hoy.
— Deme uno.
— ¿De los de cinco?
— No, de la de Medellín, ordena con voz de tía, de esas que están seguras que un día de estos, antes de morirse, se van a ganar la lotería. Paga con uno de veinte.
— Con veintiuno se lleva el billete completo, le susurra Don Juaco con los ojos brillantes y pareciera que de repente le arrastra una cola.
— Pero me quedo sin pasajes, reniega la mujer mientras cuenta, en monedas, los mil restantes. Me mira acusada y solo acata a decir: ¡Páselo a ver! los pobres apostamos porque no podemos sino ganar. Recibe el billete, lo dobla en cuatro y desaparece en un dos por tres.
La probabilidad de ganar el premio mayor de la Lotería de Medellín es de uno en 900.000. Las cifras no discriminan entre pobres y ricos, pero quien menos tiene, menos pierde, o esa parece ser la lógica de los clientes de Don Juaco.
5050.
Entre la calle y la carrera cincuenta de Medellín, Colombia con Palace, el azar se la jugó cercando el Parque Berrío, como apostándole a la dualidad, la mitad pa´ Dios y la mitad pal Diablo. Diagonal a las tres puertas de la basílica de la Candelaria, el templo de Dios, en una esquina están las tres tablas de billetes de lotería de Joaquín Orozco, el de Aguadas.
Don Juaco, consagra los billetes como en un culto memorizado. Los dobla y los incrusta en una de las cuerdas que atraviesa, de lado a lado, cada tabla. La del centro apenas se está llenando de los setecientos billetes naranjados de la Lotería de Medellín que reclamó hoy en la Beneficencia de Antioquia y juega el viernes.
Pero Joaquín no es el único que reclama billetes en la Beneficencia para venderlos, dos cuadras más abajo, en Berrío. En esa cera, frente al parque se riegan los loteros, casi todos viejos o discapacitados, a veces ambos, con un viajado de números debajo de sus curtidas sombrillas azules.
Según un informe de la Universidad de Antioquía, la mayoría de los loteros tienen más de 45 años, su sustento depende de vender billetes y el 82% son la cabeza de su hogar. Si uno cuenta cabezas en esa cera que va desde el Banco Popular hasta la esquina de La Candelaria, hay unas treinta ofreciendo suerte.
Ahí, en una de las treinta sombrillas, a veces más, a veces menos; se planta amañado Don Juaco con sus setecientos billetes, a veces más, a veces menos; a sus setenta y ocho años de edad, a veces más, a veces menos.
Ayer tuvo sesentaicuatro, hoy setentaiocho, mañana, el de Aguadas, puede tener unos cientoipico. Cuando uno le pregunta algo, antes de contestar ser ríe malicioso mientras los colmillos se le asoman. ¿Qué será verdad de lo que cuenta Juaco?
4443.
Los loteros del Parque Berrío ya van a ajustar 60 años de azarosas actividades en ese punto, aunque han habido intentos de reubicaciones por suerte ese sigue siendo su lugar, ruidoso, afanado y caótico excepto debajo de sus sombrillas.
Joaquín Orozco llegó a Medellín hace cuarenta y cuatro años. “Vine a pasear y en esas ando”, acota. Hace cuarenta y tres diciembres que es lotero. No se sabe las treinta y tres paradas del machete, pero sabe leer los ojos. Los míos dicen que estoy enamorada —con todo lo interesante que pueden contar los ojos y mi iris miel solo sabe de dulzura. Miento.
— Yo no estoy enamorada ¡qué tal!
— Eso dicen todas las mujeres ¡mentirosas!
Se calma, suspira y reflexiona. “Hace unos treintaños, cuando el negocio era bueno, mi mujer también trabajaba para la de Medellín, allí abajito. En ese tiempo sí nos iba bien, para esta época ya teníamos la noche buena hecha. El resto del año hacíamos la plata para el próximo”, se carcajea. Quién iba creer que a toda esta gente, debajo de sus sombrillas mareadas, alguna vez le fue bien.
En los primeros ocho meses de 2023, Coljuegos recaudó 564.000 millones de pesos, 16,8% más que en el 2022. Pero Don Juaco dice que cada vez les va peor. “Desde que dejaron esos GANAS vender los billetes, ya la gente que vive en Itagüí o Envigado no tiene que venir a comprarnos aquí al centro. Esto era bueno cuando éramos los únicos que vendíamos, pero la beneficencia dice que no quiere tener que ver nada con los loteros, solamente pa´ vea —se frota los dedos— reclamar la plática”.
5326. 3295. 3896.
Los dedos rechonchos del viejo recorren los billetes como serpenteando, como tentándolos a que se vayan, dotándolos de voz para que le susurren al que sale de misa o va afanado a hacer una vuelta. Parece que funcionó: un hombre se acerca. No viene a comprar, le pide que le revise un número.
— Nada, dice seco el lotero.
— Naaada, acepta resignado el perdedor. Rasga el billete, se estrega los ojos y cruza la calle.
— Avemaria no le digo, ni las gracias saben dar —se riega a cantaleta— El año antepasao vendí el premio mayor de la de Medellín y el de la Cundinamarca. Nadien se apareció por acá, ni para dar las gracias.
Dos loteros de al lado se ríen, no es la primera vez. Les dice “los conejos”, no quieren hablar conmigo, pero están lelitos escuchando la conversación y cómo no han llegado clientes en estas dos horas se han cogido todo el chisme. Asienten o niegan, al unisonó, los cuentos de Don Juaco, el de aguadas.
3948. 5124. 3287. 1012. 5229. 2312. 0315.
Un dedo pulgar —que sí merece llamarse gordo— rosa los billetes, el índice lo acompaña. De vez en cuando trastabillan por culpa de las uñas. Las garras con que Joaquín Orozco provoca los billetes. Se detiene en uno y me mira:
— ¿Usted solo va a preguntar o va a gastar alguito?
— Solo a curiosear, yo vine a ver qué tiene para contarme, contesto asustada, me da miedo que el de Aguadas termine tentándome.
Sobó unos billetes, dobló otros, me miró de reojo.
— Esto cada vez está pior. Cuarenta y tres años, eso me alcanzaba para dos pensiones en otra parte. Hay días que no se hace uno ni para los pasajes. Cuando no es que le meten billetes falsos a uno. Cuando fue que vinieron dos y me enredaron y cuando se fueron acaté que me dieron un billete de veinte falso, por acá lo tengo.
Como las tablas le tapan el tronco inferior, no vaya a ser que uno le vea las pezuñas, apenas me percato de la riñonera amarilla, repleta y desgatada en la que guarda la plata. Mientras busca el fraudulento, le veo los fajos. Por encima cuento unos 100.000, de la Beneficencia, a él solo le toca el 20% de cada venta. Son las tres y quince de la tarde, no se ha hecho el día.
Los billetes que no vende los devuelve los viernes, a las siete de la noche, antes de que juegue la lotería. Levanta una bolsa negra de cargaderas y la descarga duro en las tablas, tiene tres pacas de papeles que le falta doblar, incrustar y vender.
— Vea, estos son de La Extra que juega el treinta y uno de diciembre ¿Cuántos le doy? Acá no hay sino treinta millones. Como ve que no le paro bolas, baja la bolsa resignado.
4589. 9078. 8741. 2503. 6666. 7250.
Nunca se me había silenciado tanto el Parque Berrío como cuando Joaquín Orozco me dejó de hablar.
— La de Medellín juega el viernes, la de Cundinamarca se la lleva hoy, suelta en el aire.
— Deme pues uno de la de Medellín, que tenga el cincuenta.
— Simón, simón, simón, desliza los dedos. ¡Véalo aquí! 7250.
Le pago los veintiuno. Cuatro mil doscientos son para él. Estamos en invierno y ahora sí pareciera que va a llover. Debajo de esta sombrilla a mí me llevó el de Aguadas, a Don Juaco se lo está llevando el putas.
Comments